Artículo escrito por Rodrigo García Pinochet
No hace mucho, no me era extraño conocer a personas de diferentes nacionalidades latinoamericanas que luego de una corta conversación acerca de las razones por las cuales nos encontrábamos lejos de nuestras respectivas patrias, terminaban por alabar largamente el reconocido progreso económico que mi país, Chile, ha gozado desde mediados de la década de los ochenta. Algunos de ellos no se detenían en analizar las razones detrás de aquel notable logro, éxito que incluso se le denominó como “el milagro chileno”, considerándolo como una condición inherente de mi país, como si la idiosincrasia chilena tuviese en realidad una cualidad propia de los pueblos anglosajones distante a ese constante relajo latino, como si le permitiese considerarse ajeno a la tradicional e histórica mediocridad latinoamericana, aquella que nos caracteriza como región y pareciera no incomodarnos del todo. Es precisamente esta característica de nuestra Latinoamérica la que generó que el logro chileno fuese considerado como un milagro en la región, es decir, un suceso de intervención divina cuya explicación escapa a la mera razón, por lo que su origen esta exento de la intervención humana. ¿Cómo Chile, siendo un país mas dentro de Latinoamérica logró dar ese paso hacia el desarrollo mientras el resto de la región daba fruto a la denominada década perdida? Las razones, las verdaderas, sin lugar a dudas son de especial molestia para la izquierda y todos sus derivados progresistas, ya que fue un gobierno militar, aquel que impidió que Chile se transformara en la Cuba del cono sur, el que creó las bases de la más extraordinaria transformación económica que nuestro continente haya sido testigo. Hubo dedicación, esfuerzo, planificación y un gobierno con visión de futuro, condiciones escasas en la clase política que suele regir los gobiernos latinoamericanos. Salvo, como veremos, escasas excepciones.
Debatir las razones detrás del progreso económico de Chile sin lugar a dudas puede requerir mucha tinta, o mejor dicho muchos bytes, pero lo relevante hoy en día es preguntarse en qué situación se encuentra aquel milagroso país, el cual fuera en su tiempo calificado como el jaguar de Latinoamérica.
Lo cierto es que esas alabanzas hacia Chile ya no las suelo escuchar tan a menudo. Los pomposos calificativos como “joya”, “milagro” y otros, han dejado de aparecer en los medios de prensa internacionales dando paso a complacientes artículos de prensa o derechamente abiertas críticas a un país que parecía tener todo para llegar pronto al desarrollo pero que ha terminado por revelar su irrevocable naturaleza Latinoamérica de veneración a la mediocridad y al mínimo esfuerzo. Hoy en día ni en Chile ni en el extranjero sorprende obtener el quinto lugar en las tasas de crecimiento de la región, no sorprende la baja en los índices de competitividad, como tampoco sorprende el incremento en la corrupción dentro del aparato del Estado. La inversión extranjera ha encontrado mejores y más seguras oportunidades en países vecinos, la propia inversión Chilena ha optado por emigrar de su país, ya que, por ejemplo, la carencia de energía es un tema aun no resuelto, situación que ya ha hipotecado el eventual crecimiento futuro al cual Chile pude aspirar. Sin energía no es posible crecer, por lo que de hacerlo verdaderamente estaríamos ante un milagro. Es por todo lo anterior que hoy la pregunta que suelen hacerme es: ¿Qué le pasa a Chile? A lo que respondo con otra pegunta hacia mi interior, sin decir palabra alguna, como buscando respuesta en las entrañas mismas de mi país, en la personificación de aquella larga y estrecha franja de tierra que por algunos años pareció sorprender al mundo, cómo quien le habla a un amigo le pregunto: ¿Qué te pasó Chile?
Hoy en día es otro país del sur de nuestra América Latina el que comienza a llevarse todas las alabanzas y los halagos por estar haciendo las cosas bien en materia económica y política. En una Latinoamérica en donde la izquierda regresa revestida con ropajes del “socialismo del siglo XXI”, es el Perú el país que comienza a llevarse todas las miradas y los nuevos halagos. No por nada ha obtenido el lugar número 35 del ranking mundial de competitividad elaborado por el instituto suizo IMD, por encima de Brasil, México, Argentina y Venezuela. Superado solo por Chile, pero ¿por cuánto tiempo? Pareciera que no por mucho, basta con comparar el envidiable PIB que Perú obtuvo en el año 2007, alcanzado nada menos que un 8,5% de crecimiento económico, cifra que Chile dejó de experimentar hace tiempo atrás. El año recién pasado solo se obtuvo un 5,2%.
¿Qué te pasó Chile? Es la pregunta que no solo yo me hago sino también muchos de aquellos que hace un tiempo alababan “el milagro económico”, quienes hoy no se explican como Chile queda poco a poco rezagado por su vecino país. Para ellos la interrogante es difícil de responder, sin embargo como chileno, la explicación no es del todo compleja. Son las mismas cifras las que nos permiten identificar un claro patrón de cambio en el desarrollo económico chileno, y estas marcan el inicio del gobierno socialista de Ricardo Lagos como el punto de partida de la desaceleración económica, caída de la inversión, freno de la productividad, menor empleo, mayor delincuencia y un aumento de la corrupción. La evidencia numérica es indiscutible, y los ejemplos sobran. Así, entre los años 1987 y 1996 la tasa de crecimiento de Chile se ubicó en 7.9% mientras el mundo creció a una tasa del 3.4%, sin embargo, los gobiernos socialistas generaron que entre los años 1997 al 2006 Chile solo creciera a una tasa del 3.9%, inferior esta vez a un mundo que lo hizo al 4.1%.
Así es, el “socialismo herbívoro”, como lo llaman en su libro “El Regreso del Idiota”, Álvaro Vargas Llosa y compañía. A diferencia del socialismo carnívoro, como el de Chávez, el daño que genera no es brutal ni rápido, por el contrario, el desangramiento es lento y pausado, casi imperceptible, y más aun, bañado con una mediática aura de exitismo que genera una ilusa percepción de bienestar al pueblo, mientras en realidad la descomposición sigue su curso. Se le considera como un socialismo menos radical, renovado, al estilo una tercera vía. Se dice diferente y distante a Chávez, pero en realidad lo estima y valora. Mantiene distancia de las excentricidades y bobadas del comandante pero jamás lo condena. Se dicen bañados de una tecnocracia económica pero en realidad mantienen en el alma la divinidad del estado, un estado benefactor combatiente del cruel y despiadado mercado, como si éste fuera un ente brutal, no reconociendo en él la mera interacción libre de las personas. Para ellos el Estado es su Dios, ya que su ateísmo no les permite concebir otro.
Muchos creyeron que el retorno del socialismo a Chile no tendría mayores efectos en el país, que aquellos que habían abrazado añejas ideologías durante los 70 y 80, se habían renovado – palabra que los propios socialistas suelan usar- para transformarse en los hoy denominados “progresistas” de izquierda. Aquellos que hace algunos años atrás abrazaban las armas y legitimaban el asesinato como medio político hoy aparecen como presuntos estrategas admiradores y promovedores de la democracia. Pocos somos los que recordamos quienes fueron los que empuñaron esos fusiles AK 47 o M-16 y bañaron con sangre sus manos; tal vez haber estado a milímetros de que cercenaran mi cuerpo a balazos ha hecho que no olvide a esa izquierda transformista.
Hoy la izquierda ya no pregona públicamente la vía armada para la toma del poder, Lenin quedo atrás y hoy es Gramsci quien predomina, pero no por ello demuestran arrepentimiento alguno por las millones de víctimas muertas bajo las dictaduras de comunistas y socialistas, sino por el contrario, parecieran seguir amparando ese medio al salir en defensa de grupos terroristas de izquierda como las FARC, quedando demostrado los lazos de la izquierda latinoamericana con aquel grupo. Chile no fue la excepción.
Muchos a estas alturas del presente artículo ya se preguntaran qué tiene que ver todo lo antes mencionado con El Salvador. Pues bien, El Salvador desde hace dos décadas ha experimentado un notable desarrollo económico y una estabilidad política como pocos países de Centro América. Bajo los gobiernos de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), El Salvador ha sido capaz de obtener un destacado papel dentro de su región, llegando a obtener, como Chile, la más apreciada calificación de nivel de riesgo país. Su política económica de apertura al mercado internacional le ha hecho firmar tratados de libre comercio con países como Estados Unidos, México, República Dominicana, Panamá y el propio Chile.
A diferencia de lo que mi país gracias a la intervención militar logró evitar, El Salvador debió pagar el brutal y sangriento costo de una guerra civil que se extendió por 12 largos años (1980-1992). El pueblo salvadoreño vivió en carne propia la bestialidad de aquella izquierda guerrillera y violentista que no escatimaba en asesinar a compatriotas con tal de lograr su cometido político. Por ello, la prolongación de los gobiernos de ARENA ha sido la opción de un pueblo que ha privilegiado la libertad y la democracia por sobre la odiosa retórica socialista-comunista. Sin embargo, como gran parte de la izquierda latinoamericana, hoy el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el mismo que abrazara ayer las armas, se unge de una supuesta renovación democrática ajena a su violento pasado. Encabezado por un candidato que transmite una mediática imagen de prudencia y moderación, de esos izquierdistas “herbívoros”, las próximas elecciones presidenciales de marzo del 2009 se han transformado para El Salvador en una trampa hábilmente construida por una izquierda que no dudará en aprovechar el inevitable desgaste de ARENA generado por los años de gobierno. Mauricio Funez y Rodrigo Ávila son las dos opciones reales que el pueblo salvadoreño deberá elegir. El primero representa un engañoso cambio que, al igual que en Chile, terminará por deteriorar -en el mejor de los casos-lentamente todos los avances logrados durante los gobiernos de ARENA para terminar por imponer la conocida mediocridad del socialismo. Sabrán habilidosamente esconder la admiración que sienten hacia Castro y Chávez con el propósito de no levantar sospechas en el electorado, incluirán en sus discursos vocablos típicos del libre mercado con tal de convencer de su renovación económica y basarán su campaña en las descalificaciones y los ataques sin incluir propuestas reales de gobierno.
El desafío de Rodrigo Ávila no lo ha debido enfrentar ninguno de los anteriores candidatos de ARENA, por lo que el resultado de las próximas elecciones presidenciales de El Salvador es extremadamente incierto. Será el pueblo salvadoreño el que determinará el futuro de su nación, y es de esperar que lo haga sin caer en la trampa de la siempre enmascarada izquierda latinoamericana.
Reseña del autor del artículo:
Rodrigo Andrés García Pinochet ha sido testigo cercano de diversos hechos que han marcado la historia política de Chile. Como nieto del fallecido Gral. y ex Presidente de Chile: Augusto Pinochet Ugarte, fue víctima junto a él del atentado perpetrado por el grupo terrorista de izquierda chileno FPMR efectuado el 7 de septiembre de 1986, donde fueron asesinados 5 miembros de su escolta. Este hecho lo llevo a publicar su primer libro en el año 2001, donde relata los detalles del intento de magnicidio como también su experiencia durante el arresto del Gral. Pinochet en la ciudad de Londres en 1998, momentos que él también vivió junto a su abuelo, regresando juntos en marzo del año 2000.
En el año 2007 publica su tercer libro titulado “El fin de la Concertación”, ensayo político en donde analiza el deterioro de la actual coalición de izquierda que gobierna Chile, como también la situación política de su país.
Economista y MBA, ha desarrollado gran parte de su profesión en los Estados Unidos, anticipando en diversas entrevistas a medios Chilenos una eventual postulación como candidato a diputado para las elecciones de diciembre del año 2009.